sábado, 2 de enero de 2010

Otoño con supernova de fondo

Y entonces llega el otoño
Con su sol cansado
Esa luz que apenas ilumina, que no calienta, que se queda en una simple anécdota, un susurro, un rasguño.
En otoño, el sol apenas balbucea unas cuantas líneas de luz.
Se mueve paquidérmico sobre nuestras cabezas. Bosteza. Se estira. Arquea el lomo y se va a dormir temprano.
Quizás se ve algo aburrido, con su alma de hidrógeno que cada alquimista segundo trasmuta en dos átomos de helio.
Porque un día, el buen sol se hartará de todo.
Y dejará de respirar y se hinchará con todo ese helio que ahora mismo le crece como un cáncer estelar.
Y se convertirá en una estrella obesa y glotona, que se zampará de un bocado a Mercurio, esa roquita sedienta que gira como una loca pirinola, en la newtoniana danza constante del universo.
Y luego engullirá a Venus, nuestro invernadero sideral.
Pero para entonces, el Sol será un inmenso lunar rojo, que ya no cabrá en su faja fotónica y hará ¡pum!, escupiendo toda esa materia condesada.
Y así, una mañana, bajo un cielo que ya no será azul, sino quizás rosado o tal vez un poco más del cromo de la sangre, barrerá con lo que quede de la Tierra, nuestro prestado trozo esférico de hierro y níquel y silicio, que para entonces seguro sólo será un páramo; tal vez aquí y allá sobreviva una bacteria, un hongo patógeno aburrido de no matar a nadie.
Y lo que quede de vida se irá.
Y ya no habrá otoños como los de ahora, que dan ganas de saltar por la ventana o de arrojarse a las vías del tren (con perdón de Tolstoi).
Porque este sol ladino, que pega de costado, como dorado peón, que casi naufraga al medio día, con su luz tísica, es un sol para sentarse a llorar, para morderse los puños, porque nada pasa con él.
Se queda ahí parado, mirándonos con sus ojos de viejo, mientras nuestro planetita gira y gira.
Y no se pueden evitar las lágrimas, porque es un sol triste, que amenaza con abandonarlo todo, con dejarnos a oscuras, o peor aún, con taparse la nariz y dejar de respirar, como niño haciendo una rabieta, hasta que se ponga rojo, morado y estalle para florecer como una hermosa supernova, que se alcance a ver a millones de años luz, con su vestido de furiosos neutrones y sus cabellos de electrones erizados, una melena estelar que agitará descargas de rayos gamma, equis y demás sinfonías invisibles a nuestros limitados ojos de supuestos homo sapiens.
Y así hasta llegar a lo que quede de la Tierra
Tan poblado de fantasmas.

1 comentario:

  1. Y entonces llegó el otoño.
    Y una supernova habitó su vientre...
    Hubo entonces un sol que fue dibujando paisajes con sus diminutas manos: hubo días de montaña y neblina, días de azul pez y de mariposas amarillas migrando hacia el sur; días de fiebre y días de caricaturas estelares; hubo días de playa (con figurillas de arena y bloqueador solar, por supuesto) y también días para replegarse mirando como escurren los hilillos del agua en los cristales de la tarde.
    Hubo un sol alegre y berrinchudo que no se cansaba de jugar Rayuela en la vía láctea...

    Para Yassir Zárate
    De Nati Rigonni

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