domingo, 3 de enero de 2010

Biología de la muerte

“Piensa constantemente en la muerte para no temerla”, nos recomienda Séneca en su obra De la brevedad de la vida. De estirpe genuinamente estoica, este escritor romano veía en la muerte un refugio en el cual descansaría de las vicisitudes de la vida.
Un auténtico (y necesario) placer tematizado para enfrentar el horror de la desaparición física, de la finitud arrastrada desde el primer llanto con que nos asomamos al mundo.
La muerte es un instante incierto, semejante a la penumbra. En términos biológicos, implica interrumpir la nutrición celular, lo que acarrea el colapso de todos los sistemas del organismo.
Lo emocionante es que en los seres más complejos, como los humanos, la muerte viene programada genéticamente. En otras palabras, nuestras células portan un gen “suicida”, fijando así la duración de su existencia.
Una vez terminada la actividad eléctrico-química del cerebro se puede hablar de muerte, aunque determinar ese fin no siempre es preciso. Los sistemas circulatorios del cerebro y de la médula espinal son independientes y la circulación de la aorta alcanza a irrigar la médula aunque el cerebro esté en estado de anoxia.
La certeza de la muerte llega con la putrefacción. Se alcanza así la oscuridad plena, absoluta. Aquí el plano biológico se empareja con el antropológico. Qué hacer con el cadáver ha sido un dilema para la psique humana.
Ya desde hace cien mil años los neandertales mostraban un tenue sentido de la mortalidad al enterrar a sus muertos. De entonces a la fecha el funeral se ha vuelto más complejo, hasta llegar a la banalidad.
Con la muerte y los ritos vinculados con el manejo del cadáver inicia nuestro retorno a la madre Tierra, convertida en el momento de la muerte en una paradójica mortaja nutricia: descompone la vida para mantener el ciclo, círculo imposible de romper.
Sea con el enterramiento, la cremación o la simple putrefacción al aire libre, la naturaleza se encarga del proceso físico y químico de reintegración de elementos esenciales.
La carne se vuelve polvo, olvido, nada, y la conciencia se reduce a la memoria de los demás.
Entonces comienza a latir el recuerdo de los fantasmas ancestrales.

1 comentario:

  1. Es curioso, biología, viene del griego, bios- vida y logos- estudio o tratado, es decir, el estudio o tratado de la vida de la muerte.

    Ja, hasta la muerte tiene vida...me agrada, me agrada.

    Saluti e baci...

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