viernes, 11 de septiembre de 2009

11-S. La historia resucitada

El siglo XXI se inauguró dramáticamente el martes 11 de septiembre de 2001.
Estupefactos, millones de televidentes acudimos al insólito espectáculo del ataque y caída de las Torres Gemelas de Nueva York. Asomados a la ventana electrónica, contemplamos el paisaje en ruinas de la superpotencia atacada en su jardín principal.
Sintomático, simbólico, casi alegórico, el derrumbe en cámara lenta del World Trade Center supuso un hachazo al corazón financiero de los Estados Unidos.
La estela de violencia que había sacudido al siglo XX, volvía con la fuerza de un espectro que amenazaba con materializarse nuevamente.
Tras medio siglo de relativa paz mundial, alterada de manera ocasional por conflictos locales, como ocurrió en Corea, Vietnam y Afganistán, el mundo no había vuelto a oír de luchas a escala global.
Por otra parte, el derrumbe del socialismo real en 1989 dejó a los Estados Unidos como la única potencia mundial y al capitalismo como el sistema económico e ideológico dominante.
El mundo parecía encaminarse a un páramo uniforme, homogenizado.
Pero aquella mañana de martes, la historia, aparentemente condenada a ser clausurada, dio un sacudón cuyos efectos aún se sienten.
Más allá de las decenas de teorías conspirativas que han surgido en torno al 11-S, el ataque a las Torres Gemelas convulsionó al mundo.
Miles han muerto desde entonces, en una nueva polarización cuyos orígenes se remontan al siglo VII, cuando el emergente Islam atacó las vetustas y frágiles posiciones del Imperio Romano de Oriente, al que literalmente arrolló y devoró.
De entonces a la fecha, islamismo y cristianismos han conocido diferentes fases de lucha y convivencia, como lo demuestra la España de los siglos VIII al XV: espacio y tiempo de tolerancia y persecución; de fraternidad y de odios exterminadores.
Las Cruzadas quizás fueron el momento de mayor enfrentamiento basados puramente en razones religiosas, aunque los intereses económicos y políticos asomaron sus narices muy pronto.
La lucha desatada entre Occidente y el Islam en el alba del siglo XXI obedece a razones geopolíticas y estratégicas de dominación de los recursos energéticos, que las tierras del Medio Oriente guardan en su interior.
La lucha de civilizaciones, enunciada por Huntington, es sólo una fachada para ocultar la ambición de las sedientas compañías petroleras de Estados Unidos y Europa occidental, que ansían beberse los hidrocarburos que yacen bajo los ardientes desiertos de Irak, Irán y Afganistán.
El 11-S también dejó constancia de los poderosos mecanismos de manipulación, que pueden ser aprovechados para justificar una guerra como la de Irak. Y aunque un sector de la población reaccionó y se sumó a las multitudinarias marchas para detener la guerra, lo cierto es que la pasividad ha acabado por imponerse.
Pero además, el ataque supuso el desencadenamiento de la histeria en la sociedad estadounidense, atizada por la violencia amarillista de medios como Fox o USA Today. A los pasivos del 11-S hay que agregar el exacerbamiento de la xonofobia, en un país de por sí racista.
Sin embargo, la lección más permanente tiene que ver con la reactivación de la historia, entendida como un devenir inagotable, que transforma el espíritu humano, aunque de alguna manera le dio la razón a Clausewitz, quien veía en la guerra a la dínamo de la historia, al anclarse en una continuación de la política.
La historia ha resucitado, así sea para mal.