martes, 11 de agosto de 2009

Hiroshima

“Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia”, escribió Bob Caron tiempo después de que su avión, el Enola Gay, soltara una bomba atómica sobre Hiroshima.
Eras las 8 y cuarto de la mañana del 6 de agosto de 1945.
Caron era el fotógrafo y artillero del aparato que habría de pasar a la historia universal del horror. Él fue el primer testigo presencial de los efectos que podía causar el artefacto diseñado por el Proyecto Manhattan.
Su relato asusta por la precisión quirúrgica, no exenta de cierta emoción.
“Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso”, refirió el soldado estadounidense.
Aquella misión le abriría las puertas a un miedo universal. La destrucción absoluta se materializaba en forma de furiosos átomos de uranio, que desgarraban, derribaban, reducían a escombros.
El hongo nuclear encarnó la fusión de todas nuestras pesadillas.
Los despojos humanos que sobrevivieron a las llamas y a la onda expansiva se convirtieron en símbolo descarnado de una época marcada por la barbarie tecnificada.
La bomba de Hiroshima significó la supremacía del mal por encima de las fuerzas creadoras; la radioactividad se convirtió en el símbolo de la desesperanza y no en el de una matriz dadora de vida.
Las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron el corolario de una tendencia con siglos de acelerada evolución. Los miles de muertos que dejaron artefactos relativamente pequeños han sembrado la zozobra durante décadas.
Por años, un fantasma recorrió el mundo: el fantasma de la guerra nuclear. El antagonismo entre Estados Unidos y la Unión Soviética puso al planeta al borde de la aniquilación total en más de una ocasión.
Sin embargo, la desaparición del bloque comunista no significó el fin del miedo. Los halcones de la guerra no se han cansado de inventar conflictos y de alimentar la discordia, encadenando al mundo.
Esa mañana de agosto, se inauguró la Era Atómica, marcada por el horror y el delirio; la muerte y el absurdo.
Aún seguimos en ella.

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